Este
relato, como tal, no está sujeto a ningún rigor histórico, por lo que cualquier
alteración de la realidad es sólo y exclusivamente debido al argumento.
La leyenda que a continuación expongo, está basada en la historia del
descubrimiento de los yacimientos de plata, en un pequeño pueblo de la Sierra
Norte de Guadalajara, España, llamado Hiendelaencina.
Para completar este relato me he valido de las versiones de Don Bibiano
Contreras y Don Francisco de Bartolomé recogidas del libro Hiendelaencina y sus
Minas de Plata, que fue publicado en 2008 por Don Abelardo Gismera Argona y de
las leyendas que mi abuelo me contaba en mi infancia y que hoy en día aunque muy
vagamente, aún…
Recuerdo los
cantos de cuarzo tallado
por más de mil grados en la Era Primaria
igni y orogenia quisieron formar,
extraídos ellos por manos mineras
a las escombreras allí iba a buscar.
Recuerdo las casas de piedras en ruinas
las huertas labradas calles empedradas,
el roce de cascos que contra las rocas
con ruidoso paso las mulas hacían
subiendo la calle de Santa Cecilia,
llegan a la fuente para allí abrevar.
por más de mil grados en la Era Primaria
igni y orogenia quisieron formar,
extraídos ellos por manos mineras
a las escombreras allí iba a buscar.
Recuerdo las casas de piedras en ruinas
las huertas labradas calles empedradas,
el roce de cascos que contra las rocas
con ruidoso paso las mulas hacían
subiendo la calle de Santa Cecilia,
llegan a la fuente para allí abrevar.
A
mediados del segundo decenio del siglo XIX, año arriba año abajo, llegó a las
costas del levante español un gentil napolitano llamado Vicenzo Fortuni quien
contrajo nupcias en Yecla con una vecina del lugar.
Al poco tiempo trasladó su residencia a un pueblo de la zona norte de
Guadalajara llamado Pálmaces. Allí desempeñó su oficio de hojalatero, que a la
postre, compaginó con el de platero al encontrar un yacimiento de plata. Tal
hallazgo se produjo, por mediación de un vecino conocido por “El Perucha”, de
un lugar cercano qué, en el camino de Pálmaces a Congostrina, se encontró con
el hojalatero que regresaba con sus herramientas a lomos de una mula, una vez
terminada su gira de trabajo por los pueblos de la zona. “El Perucha” le
propuso intercambiar dos celemines de trigo y una pequeña roca que acababa de
encontrar en el lugar de procedencia, de unas características especiales y poco
vistas, por la reparación de unas sartenes. Fortuni accedió al trueque,
con otra condición, que le dijese el lugar en donde había encontrado dicha
“piedra” que prácticamente en su totalidad era de plata, cosa que,
evidentemente era desconocida por el lugareño, quien indicó a Fortuni sin
ningún reparo, el lugar de su hallazgo.
De esta forma, uno se llevó las sartenes reparadas y el otro el nombre donde
encontrar más mineral igual que el obtenido por la reparación. Dicho paraje era
denominado como Canto Blanco en Hiendelaencina.
Hasta entonces, se había dedicado a aumentar su corta renta con malas artes,
ayudado de su don de gentes, su meloso acento y su dicharachera verborrea en la
utilización de su oficio de platero hojalatero para engañar, entre otros, al
párroco de Villares o al Ayuntamiento de Gascueña.
Según la leyenda, una vez “descubierta” la beta a cielo abierto, su ambición y
sus pocas o ninguna gana de complicarse la vida en registrar su ubicación y
buscar inversores, le llevó a dedicarse a la explotación clandestina del
yacimiento. Con un hornillo y la caja para el vaciado acuñaba monedas con la
plata que de él extraía, pero a la postre le salió caro su proceder.
Aunque la forma de blanquear las monedas falsificadas era relativamente segura,
al ir desprendiéndose de ellas, poco a poco, en los diversos lugares por donde
pasaba realizando su trabajo, finalmente cometió un grave error. Un amigo y
vecino de Pálmaces al cual le debía algún que otro favor, le pidió que le
prestara unas cuantas monedas de plata que le faltaba para completar la
recaudación de la cual era responsable, pues se las había gastado sin tiempo
para su reposición. Fortuni se las prestó y una vez entregada la recaudación en
la Administración de Guadalajara, inmediatamente se levantaron pesquisas al
comprobarse la falsificación de parte de la recaudación entregada.
Mandado
apresar y condenado a cuatro años de cárcel por el Juez de Jadraque el reo
conocido como Vicente Fortunato fue conducido el 28 de julio de 1829 al penal
de Málaga.
Aquí debería de acabar la historia de Fortunato pues, posteriormente a su
liberación, fue perdida su pista al haber marchado con toda probabilidad al
país del que procedía.
La leyenda dice que, por mediación de un funcionario de prisiones, Fortunato se
puso en contacto con Don Pedro Esteban Górriz a quien le dio una muestra de la beta de
plata pura, haciéndole saber que era conocedor del lugar donde se encontraba un
rico y basto yacimiento a cielo abierto. La propuesta del hojalatero fue que, si
le hacia las gestiones oportunas para el indulto de la pena que le restaba por
cumplir, le haría conocedor de aquel lugar que está. En un rincón de Castilla
junto a unas ruinas yertas, reinando en horizonte altiva al pie de una sierra
esbelta, entre Ocejón y el Otero, allá ese pueblo se encuentra…
Actualmente,
existe un monolito ubicado en la plaza Mayor del pueblo de Hiendelaencina y
que, originariamente, se hallaba en el lugar donde se cree que se encontró la
primera pieza de plata nativa, en el camino de la Perla a la mina de Santa
Cecilia.
La historia, a partir de ahí ya se encarga de registrar oficialmente que el
descubridor de dicho lugar, de fecundos yacimientos de plata y otros metales
menos nobles, le cabe el honor de ser a Don Pedro Esteban Górriz Artacoz, que en uno de
sus recorridos por la zona norte de Guadalajara se “tropezó” con una veta a
cielo abierto en aquellos bellos y ocultos parajes de la Sierra Norte.
Antonio Nieto
Bruna
15-1-2012
Copyright ©
No hay comentarios:
Publicar un comentario