El puñetero ojo de
la cerradura, iba disminuyendo mientras trataba de encajar sin éxito, aquella
llave en la pequeña ranura. Viendo la imposibilidad de salir por sus propios
medios, pensó que los efectos de la bebida eran pasajeros, y que, una vez se
disiparan sería capaz de acertar a encajar la llave en tan diminuta abertura.
Después de un leve
sueño, consiguió atinar y abrir la puerta al primer intento. Al salir, vio con
sorpresa a un viejo conocido mirando inquieto su reloj de bolsillo, y que con
repetitiva insistencia preguntaba:
-¿Encontraste los
guantes y el abanico, Mary Anne?
Antonio Nieto Bruna
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23.9.2015