Bucear en el lago era uno de sus pasatiempos preferidos, estaba acostumbrado a sumergirse en aquellas profundas y verdes aguas que las hierbas acuáticas perennes coloreaban y que daban esa sensación de misterioso bosque submarino donde habitan las náyades.
Sabía que mientras el lago no se secara, podría bajar a las profundidades sin que ni los dioses ni los humanos alterasen su idílica forma de amar.
Una mañana como otra cualquiera, se sumergió y después de visitar a su ninfa, al ascender a la superficie, los largos cabellos de ella se enredaron entre sus pies, quedando allí juntos eternamente.
Antonio Nieto Bruna
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6-1-2018
6-1-2018
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