Poco antes de que
los días fueran amargos y las noches eternas, su vida transcurría entre días de leche y miel, de luz y color y aromas a rosas.
Sus padres, todas
las tardes le llevaban al viejo carrusel en largas caminatas, hasta aquella
plataforma rotatoria de madera y a la que con la ayuda de un mozo que no paraba
de bajar y subir del carrusel en marcha, lograba llevarle hasta un caballito de
madera donde los sueños le transportaban por verdes praderas donde
trotaba veloz a lomos de un blanco corcel. Ahora a través de la ventana, observa aquel mozo ya entrado en años, subir a los niños al carrusel, aunque sin el continuo
bajar y subir al tiovivo que le caracterizaba y escucha
esa repetitiva melodía llegar entre bellos y lejanos recuerdos, transportado por los sueños hasta aquellos paseos de su niñez, paladeando
con la mente cada uno de los pasos entre su casa y el viejo carrusel.
Desde un inmóvil cuerpo que yace encima de su inseparable compañera de cuarto, su mente compone con el ritmo que marca el carrusel y las secuencias de sus recuerdos, melódicos versos:
Desde un inmóvil cuerpo que yace encima de su inseparable compañera de cuarto, su mente compone con el ritmo que marca el carrusel y las secuencias de sus recuerdos, melódicos versos:
La mente me lleva a los tiempos lejanos
de aquellos momentos de trotes discretos
alzando a caballos a barras sujetos
y a barras sujetan pequeños sus manos.
Con giros continuos alegres y ufanos
los niños galopan veloces e inquietos
y al viento lanzando pueriles secretos
gozosos cabalgan en potros mundanos.
La vida que corre con fin natural
nos lleva sus vueltas cual fiel carrusel,
comienza deprisa parando al final
y sigue girando sujeto al corcel,
sabiendo que nada será ya inmortal
el hombre que quiso volver a doncel.
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