Al pasar por los surcos del azar
tropecé con un viejo caminante,
quiso ser en su andar equidistante
con los modos y formas de pensar.
Encontré rebuscando en sus memorias
recuerdos de nostálgicas pasiones,
con parajes pintados de emociones
intensas y a la vez contradictorias.
De la infancia en un patio de Sevilla,
a su bohemio paso por Madrid
fue a las tierras por donde pasó el Cid
y prendado quedó de una chiquilla.
En los extensos campos de Castilla
entre la luz y los trigales tersos
surcaron los recuerdos de sus versos
de forma eximia, grácil y sencilla.
Usando los apócrifos con arte
prestó a un profesor sabiduría,
el cual quiso enseñar filosofía
dejando la inmodestia siempre aparte.
Donaires, intimismo y señoritos
fueron parte de aquella trayectoria
y quedaron grabados en la historia
los rasgos que inspiraron mis escritos.
Con la legalidad republicana
asumió el compromiso hasta el final,
de esa humana labor intelectual
quedó una impronta digna y muy cercana.
De aquella etapa tan contradictoria
los hechos execrables e inauditos
aunque quedaron todos ya prescritos
no se olvidan sus formas vejatorias.
Compartió los destinos más adversos
con aquellos insignes eruditos,
tratados como indignos y malditos
por tener pensamientos muy diversos.
Soñando un día con un dios ajeno,
no quiso ser un mero visionario
y constancia dejó en su corolario
al ser descrito como un hombre bueno.
Heló su corazón las dos Españas,
transmutó con pasión los universos,
desterró los conceptos más perversos
y se marchó a morir tras las montañas.
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