La estola

Este romance nos narra
una aventura amorosa
de aquellos oscuros días
que nos dejaron su impronta
y a la noche de los tiempos
estos versos nos transportan.

Cuentan viejos del lugar
que en una aldea remota
perdida en la Sierra Norte
una joven buena moza
vivía con su familia
gente humilde y orgullosa.

Los vecinos que sabían
de su faz cautivadora
por tenerla tanta envidia
caían en la paradoja,
de halagarla con los ojos
y criticar con la boca.

Una tarde de verano
en fiestas por la patrona
un apuesto forastero
la miraba a ella sola
y la joven le miraba
y la tarde se hizo corta.

Hasta allí llegaba el mozo
por sus lealtades dudosas
para meditar los votos 
de una fe muy rigurosa
y así recapacitar
de su actitud pecadora.

Mientras iban caminando
con su charla embriagadora
por las calles de la aldea
la niña escucha curiosa
al mozo que quiso hablar
de cuestiones ortodoxas.

A la joven confesó
que, aunque a él su fe le exhorta
a seguir su vocación
la duda le puso en contra
y tomó una decisión
meditada y dolorosa.

Entre aromas de las flores
la muchacha atiende absorta
sin apenas darse cuenta
llegan hasta una derrota
junto a las eras del pueblo
y de amor allí se colman.

Regresaron deambulando
entre jazmines y rosas
con un beso se despiden
escondidos entre sombras
hasta la tarde siguiente
que se teme algo lluviosa.

La chiquilla quedó en casa,
él, se marchó hacia la fonda
y en el poyo de la entrada
dejó olvidada una bolsa
que la joven recogió
 para guardarla en su alcoba.

Cinco mozos los siguieron
y cuando al fin quedó a solas
le dieron una paliza
y con la cabeza rota
a las afueras del pueblo
lo dejaron sin sus ropas.

Un caminero le vio
en una cañada angosta,
a lomos de un burro viejo
se lo llevó hasta una choza
y cuando se despertó
en su mente había sombras.

Al otro día la joven
a la plaza llegó ansiosa
buscando al apuesto mozo
con tan delicadas formas,
y pasado mucho tiempo
se quedó con su congoja.

De aquel efímero sueño
tan solo quedó una sombra
y en la postergada aldea
cayeron pronto las hojas,
mientras, maduraba el fruto
de aquella noche amorosa.

El recuerdo de esa miel
de los labios de su boca
en la memoria guardó
como un libro a una rosa,
aunque marchiten los pétalos
el aroma siempre brota.

Una mañana temprano
un poco antes de la aurora
salió de casa la niña
de camino hacia la posta
para subir al carruaje
alejándose llorosa.

En sus enseres llevaba
una reliquia valiosa
bien guardada en la maleta
disimulando la bolsa
que se dejara olvidada
el joven de dulce boca.

El trayecto la llevó
hasta un convento de monjas
en aquel claustro ingresó
por ser mujer pecadora
y en su celda se quedó
entre lágrimas muy sola.

La penitencia cumplió
cuando una criatura hermosa
de su seno vio nacer
entre celdas tenebrosas,
y una familia pudiente
el mismo día la adopta.

Cuando regresó a su casa
la miraban de otra forma
y aunque nada sospechaban
al verla vestir de monja
decían entre murmullos,
que cambio ha dado la moza.

Antes de ir para el convento
visita la plaza sola,
la vista lleva perdida
y el recuerdo la incomoda
el flagelo la hizo pura,
la confesión salvó su honra.

Con calma pasan los años,
con rezos mata las horas,
con maitines se levanta,
en la noche escribe glosas
y en el jardín la mañana
se pasa parsimoniosa.

Así transcurrió su vida
entre un claustro y una alcoba,
un jardín con muchas flores,
la capilla y su Señora
donde allí todos los días
a la madre de Dios ora.

Pidiéndola con fervor
que llegue pronto la hora
para poder ascender 
hasta allá donde en la gloria
está esperándola Dios
para bendecir su obra.

Llegando el fin de sus días
esa mujer pecadora
al mundo nada debía
pagado quedó de sobra
el sueño de amor de un día
duerme en su fe religiosa.

Y pasado muchos años,
la anciana no estaba sola 
esperando que la muerte
llegue a por ella a su alcoba, 
velándola un crucifijo 
y el secreto de una estola.

Las monjas acompañaban
a la madre superiora
rezando mientras llegaba
el señor cura a su alcoba
a darle los sacramentos
a quien es de Dios devota.

Un clérigo que ingresó
en el convento de monjas
para orar en su retiro
y por su alma pecadora
marchó a darle el sacramento
con fe misericordiosa.

Al sacerdote señala
con sus manos temblorosas.
- Un favor le ha de pedir
la sierva y de Dios esposa,
vaya allí entre aquellas prendas
a por una vieja estola.

Quiero que usted la bendiga
y me dé con ella ahora,
la sagrada extremaunción
para que el Señor me acoja
y que perdone a su dueño
una pasada deshonra.

Hasta a mi llegó de pronto
y se fue a las pocas horas
sin dar una explicación
dejando una pena honda
y el fruto de la pasión
que se marchó con mi honra -.

Mientras reza la oración
se cuelga al cuello la estola
pidiendo inmortalidad
la voz se le distorsiona
pues recuerdos muy lejanos
le llegan y se emociona.

El clérigo quedó pálido
al mirar fijo a la monja
cuando la frente le ungía
vio su faz cautivadora
llegándole las vivencias
de una borrosa historia.

Un rayo se iluminó
en su mente sin memoria
de pronto le recordó
el rostro de aquella monja,
los momentos olvidados
tras una noche tortuosa.

Con lágrimas en los ojos
prosigue la ceremonia.
Una celestial sonrisa
la religiosa le otorga
y al darle los sacramentos,
mueren al besar la estola.


Antonio Nieto Bruna
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17-12-2019